Vídeo de la Conferencia de María López: “Como motivarse en el trabajo. Técnicas de Inteligencia Emocional”
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Ha pasado mucho tiempo desde que los psicólogos pretendíamos inferir el futuro rendimiento o éxito profesional de una persona a través de una prueba de inteligencia. Con el tiempo, hemos ido descubriendo que el cociente intelectual y la pericia técnica (inteligencia racional) son factores de predicción del rendimiento futuro mucho más fiables en puestos de categoría inferior, sin embargo, dicha medida se muestra insuficiente con puestos que se encuentran en las zonas altas del organigrama.
De hecho, algunos Head Hunters dicen que “se contratan a los directores generales por su intelecto y su pericia empresarial y se los despide por su falta de Inteligencia Emocional” y la verdad es que estoy totalmente de acuerdo con esta afirmación. Lo que me sorprende de veras, es que con la cantidad de investigaciones y de datos que comienzan a avalar todas estas sospechas que ya teníamos hace años, todavía no proliferan en las compañías los programas de desarrollo de habilidades emocionales para sus líderes y directivos.
Hoy en día, tenemos múltiples datos para justificar como un líder que no controla adecuadamente sus emociones, incide negativamente en el clima del equipo y este hecho provoca emociones desagradables en las personas que trabajan con él. Hasta aquí todo normal, el tema empeora cuando analizamos las consecuencias de trabajar en estos entornos angustiosos, de desconfianza continua y de un enorme temor a las reacciones de las personas que gestionan la empresa. En estas circunstancias, los empleados comienzan (sin ser conscientes de ello) a ver incapacitadas las partes prefrontales de su cerebro, aspectos donde se ubican la comprensión, la concentración, el aprendizaje y la creatividad. Y luego, encima pretendemos que la gente de lo mejor de sí y obtenga unos resultados magníficos.
Cada vez estoy más convencido que la verdadera tarea de un líder es generar el clima adecuado para que sus colaboradores puedan alcanzar la zona cerebral optima, en la cual, puedan dar lo mejor de sí y además poder permanecer en ella. Si nos observamos a nosotros mismos, cada vez que hemos tenido un desempeño brillante ha sido en un entorno estimulante, agradable, en ocasiones retador, pero siempre en un clima de confianza, crecimiento y respeto.
Cuando nos sentimos bien junto a una persona, somos capaces de gestionar mejor las dificultades que el entorno nos genera, se resuelven antes los problemas y se extrae de ellos todo el aprendizaje posible para que no vuelvan a reproducirse. Esto solo se puede alcanzar desde la seguridad que solo un buen líder puede ofrecerte, y ¿qué personas suelen ofrecernos seguridad? Solo aquellas con las que contactamos emocionalmente, aquellas que empatizan con nosotros, que son conscientes de sus estados emocionales y los regulan para interactuar adecuadamente con lo que les rodea.
Hasta que los directivos y líderes de las compañías no sean conscientes de que, el luchador incansable que contagia y arrastra a base de energía y una enorme cantidad de horas, pertenece al pasado de la empresa y se den cuenta de que el futuro corresponde a los especialistas en relaciones interpersonales, seguiremos intentando gestionar nuestras compañías como hace 50 años y el resultado… ya os lo podéis imaginar. Equipos infrautilizados y producciones mediocres comparadas con su potencial.
Pero bueno, como vengo diciendo desde hace mucho tiempo en mis formaciones de desarrollo de liderazgo: “Cada uno tiene el equipo que se merece” y el éxito está en manos de los líderes humildes que se conocen, se desarrollan y mejoran, por que hacia donde nos dirigimos como dice mi admirado Juan Carlos Cubeiro, es hacia el Talentismo, esa época en la que el talento es más escaso que el capital. Y como comprenderás, creo firmemente que el talento es tremendamente sensible a lo emocional e intangible.
Hace unas semanas que tuve la fortuna de asistir a un seminario impartido por el Dr. Reuven Bar-On, este psicólogo estadounidense es reconocido dentro del mundo de la psicología por ser el creador del tercer gran modelo de estudio sobre la Inteligencia Emocional.
Mas allá de Mayer y Salovey (y su modelo de habilidad) y de Daniel Goleman (y su modelo de competencia), el Dr. Bar On nos propone un modelo que parte de una definición muy sencilla pero que esconde un gran potencial. Para él, La Inteligencia Emocional es “la capacidad de entender y encaminar nuestras emociones para que estas trabajen para nosotros y no en contra, lo que nos ayuda a ser más eficaces y a tener éxito en distintas áreas de la vida”.
El modelo de Reuven Bar On se sostiene sobre cinco grandes componentes clave, los cuales engloban cada uno tres factores, creando un total de 15 escalas o factores medibles con la herramienta de medición que el mismo ha creado, el EQ-i. Estos 5 grandes constructos son:
Realizando un análisis conjunto de este modelo frente a los más estudiados y conocidos, me llama la atención que incluye una serie de componentes, olvidados o minimizados por los otros modelos y que considero que tienen una relevancia importante dentro del concepto de Inteligencia Emocional. Más concretamente me refiero a los conceptos de optimismo, flexibilidad y contrastar la realidad.
¿Es emocionalmente inteligente una persona que sabe sacar lo positivo de cada una de las situaciones que vive? ¿Lo es si realiza este ejercicio de optimismo con un elevado grado de objetividad sin edulcorar en exceso la realidad? ¿Y si es capaz de adaptarse rápidamente a las situaciones externas adecuando su respuesta y pensamientos a dicha situación?
En mi opinión, este modelo complementa de una manera muy interesante los dos modelos más estudiados hasta el momento y nos permite enriquecer de una manera significativa el concepto de Inteligencia Emocional, concepto que no puede vivir ajeno a la felicidad de las personas y a su impacto en los entornos sociales en los que el ser humano se desenvuelve.
Que las emociones influyen y condicionan nuestra percepción de las cosas es una idea altamente contrastada y reconocida, al igual que también tienen un impacto muy elevado en nuestra toma de decisiones y por lo tanto en los resultados que obtenemos en cada situación a la que nos enfrentamos. Sin embargo, hoy me gustaría reflexionar sobre la incidencia que dichas emociones poseen en los entornos profesionales y como condicionan los resultados y los objetivos que la organización persigue.
Dado que las emociones son elevadamente contagiosas, la interacción de emocionalidades individuales conformará una emocionalidad colectiva propia e independiente. Esta, retorna sobre las personas influyendo sobre sus estados emocionales individuales y generalmente terminará por imponerse. A quien no le ha ocurrido alguna vez que se ha levantado de la cama con ganas de comerse el mundo, se ha dirigido a su trabajo y apenas 45 minutos después de comenzar la jornada laboral ya se ha contagiado de una cascada de emociones negativas de sus compañeros, su jefe o sus clientes, haciendo que cambie por completo su estado interno y condicionándole el resto del día.
¿Afrontaremos los problemas de la misma manera cuando existe en nuestra organización un clima de confianza, alegría y respeto que cuando es la tristeza, el victimismo, la ira o el miedo lo que mueve a las personas? ¿Atenderemos de la misma manera a los clientes? ¿Y a nuestros compañeros? Obviamente no, pero ¿existen datos al respecto? ¿Se puede cuantificar su impacto?
Hace unos cuantos años, la consultora Hay-McBer preguntó a un grupo de empleados de múltiples compañías por su interacción con sus responsables directos (en total fueron analizados 3781 responsables) y por aspectos relacionados con el clima laboral de cada unos de sus equipos. Un análisis de los datos obtenidos arrojó que entre el 50% y el 70% de la percepción de los empleados sobre el clima laboral estaba relacionada con las habilidades emocionales del líder. (D. Goleman, 2000). Algo que todos intuíamos pero que hasta este momento resultaba complicado de cuantificar.
Habilidades como la autoconfianza, la empatía, actuar como agentes del cambio, la capacidad para establecer vínculos con otras personas, resolver conflictos adecuadamente, el autocontrol emocional o las habilidades de comunicación, tienen un impacto enorme en el clima laboral de los equipos y lo que es todavía más esclarecedor, este estudio también nos propone que dicho clima laboral puede representar entre un 20% y un 30% de la productividad de dicho equipo (D. Goleman, 2000). Y sin embargo, en la mayoría de las compañías, continúa haciéndose caso omiso a estas variables porque se tiene la creencia de que al final los números más o menos saldrán, aunque el entorno no sea del todo propicio para las personas.
Habitualmente nos centramos en planes de acción, protocolos de actuación, tareas y acciones, sin ser conscientes que el estado emocional de un equipo expande o contrae su talento, e influye altamente en su desempeño y en sus resultados. Las personas rinden más y se sienten mejor, cuando gozan de unas relaciones agradables con sus compañeros y con las organizaciones. Por supuesto que también se enfrentarán a situaciones complejas y problemáticas, sin embargo estoy convencidos que si el clima laboral es el adecuado, se enfrentarán en mejores condiciones a ellos.
Como la emoción impulsa a la acción, tiene mucho sentido que invirtamos un pequeño tiempo en analizar y tomar consciencia de la emoción desde la que nuestros equipos están actuando, para así poder plantear cualquier tipo de cambio o mejora en la organización. Esta puede ser la enorme diferencia entre aquellos proyectos que nacen y se implantan prácticamente sin vida y aquellos que lo hacen con un plus de energía y vitalidad, incrementando la probabilidad de que resulten exitosos.
Y tu organización ¿Qué emoción está sintiendo en estos momentos?