Cuántas veces habremos utilizado esta palabra y que difícil nos puede resultar definirla. Todos sentimos emociones a diario, pero les prestamos muy poca atención, por eso solemos tener un pobre vocabulario emocional, que nos impide definir aquello que se produce en nuestro cuerpo constantemente.
Podríamos definir una emoción como esa reacción psicofisiológica (entran en juego mente y cuerpo) basada en nuestra percepción de la realidad que nos rodea y que nos permite adaptarnos a los estímulos del entorno o internos a nosotros. Suelen durar poco, desde segundos hasta horas y casi siempre según vienen se van.
Es paradójico pero habitualmente percibimos e interpretamos los sucesos en virtud de cómo nos sentimos, sin embargo, también nos sentimos de una forma u otra en función de cómo hemos interpretado la realidad que observamos. Curioso ¿no?
Una emoción se diferencia de un sentimiento, en que el segundo es como una emoción compleja, se genera por un cúmulo de varias emociones (por ejemplo el amor surgiría de la mezcla de serenidad, alegría, aceptación y confianza). Se produce en una zona del cerebro distinta (el cortex) y es un proceso más mental o cognitivo, ya que se centra más en la experiencia subjetiva de esa emoción, es decir, requiere de nuestro análisis. Por resumirlo podríamos decir que “la emoción se siente y el sentimiento se piensa”.
También es fácil confundir las emociones con los estados de ánimo, aunque se diferencian claramente por su duración, los segundos son mucho más prolongados en el tiempo (pueden durar meses o años) y son menos concretos y menos fundamentados en hechos vividos, ya que no tienen que referirse a un acontecimiento en concreto. Pueden provenir de emociones muy intensas que se han quedado enquistadas y amplificadas en el tiempo, y nos predispone a vivir emociones positivas o negativas.
Y ahora, si te preguntaran que es una emoción ¿sabrías responder?