“Los tiempos del coronavirus” nos han traído repercusiones económicas, sociales, sanitarias y también consecuencias psicológicas asociadas a todo ello.Durante el confinamiento hemos podido vivir situaciones muy distintas y difíciles en mayor o menor medida: situaciones de ansiedad, preocupación, tristeza, frustración, soledad y aislamiento en algunos casos, de estrés familiar y personal en otros, de miedo al contagio, de incertidumbre laboral y económica o de dolor por la pérdida de un ser querido.
“En los tiempos de coronavirus” hemos tenido que renunciar a muchas cosas, como besarnos, abrazarnos, y acostumbrarnos a otras, acostumbrarnos a estar más tiempo en casa y a un contacto social reducido.
“En los tiempos de coronavirus” han cambiado nuestros hábitos, nuestras rutinas, nuestras prioridades, nuestras relaciones; todo ello afectando de manera significativa a nuestras emociones y nuestro bienestar psicológico.
“En los tiempos de coronavirus” hemos tenido que convivir con el miedo, el miedo a contagiarnos, el miedo a que los que queremos se contagien, el miedo a visitar a nuestros padres o a otros seres queridos que son personal de riesgo, el miedo al qué pasará con mi trabajo o mi situación económica.
“En estos los tiempos de coronavirus” es fundamental, hoy más que nunca, ser más inteligentes emocionalmente. Hay un antes y un después del coronavirus en nuestra vida y los acontecimientos que hemos vivido han producido en nosotros un choque emocional muy intenso.
Desgraciadamente una gran parte del sufrimiento humano que se ha generado durante la crisis del coronavirus, y que se manifestará más adelante, tiene que ver con este profundo desconocimiento de lo que son las emociones y de lo necesario que es aprender a gestionarlas y no a evitarlas.
Si hay algo que ha sacado a relucir toda esta pandemia emocional, es que en general andamos bastante escasos de herramientas que nos permitan gestionar nuestras emociones.
Es importante que trabajemos nuestras emociones y aceptar hasta donde tenemos la capacidad de transformar lo que estamos viviendo y, si lo necesitamos, pedir ayuda. Todos tenemos esta capacidad en mayor o menor media.
La inteligencia emocional nos ayuda a perseverar a pesar de las dificultades y es capaz de regular nuestros estados de ánimo.
Utilizar nuestra inteligencia emocional puede servirnos como inmunidad psicológica frente a éste y otros problemas.La inteligencia emocional refuerza nuestro sistema inmunológico psicológico, encargado de protegernos de las agresiones mentales y crisis emocionales y afectivas.
La crisis del coronavirus ha puesto sobre la mesa nuestra vulnerabilidad y es necesario despertar nuestra inteligencia emocional y dar a conocer los beneficios de la práctica y del entrenamiento de ésta.
El entrenamiento en inteligencia emocional nos permite:
Aumento de nuestra autoconciencia emocional: percibir las emociones y sentimientos y sus efectos.
Auto-regulación de los estados emocionales.
Aumentar nuestro autocontrol.
Aprender a automotivarnos.
Desarrollar la empatía
Mejorar nuestras habilidades sociales.
Hagámosla llegar a nuestros seres más queridos, a nuestra familia, a nuestros amigos, al trabajo, a la escuela, etc. y con ello aprender de todas las herramientas que nos proporciona esta parte de la psicología.
No sé vosotros pero yo, desde hace ya algún tiempo, llevo escuchando frases como «tenemos que hacer que nuestros alumnos se motiven en las clases» o «sin motivación no hay educación» y sinceramente, cada vez estoy más convencida de que son ciertas.
Actualmente me encuentro cursando 3º de magisterio de educación infantil, cursando también formación para ser guía Montessori y es por esto por lo que me atrevo a tratar este tema tan de moda últimamente pero que parece que no cale del todo en los centros educativos.
Paraos a pensar en vuestro yo de 12, 13, 14 o 15 años, con las hormonas revoloteando por todo vuestro cuerpo, la cabeza que no sabe donde estar, llegáis al instituto a las ocho de la mañana, con un sueño tremendo como buenos adolescentes y… el profesor de turno se pone a leer el libro de historia, sin moverse, sin casi ni parpadear… ¿qué diría vuestro yo de entonces? «Qué asignatura más aburrida» «qué mal se me da» y un largo etc. ¿no?
Ahora hagamos el ejercicio al revés, pongamos que ese profe le apasiona tanto tanto la asignatura de historia que llega a clase súper contento, súper motivado y empieza a hablaros con pasión de lo que ocurrió por ejemplo en la guerra civil española, se le iluminan los ojos y…os deja con la intriga de cómo acaba ese relato y os dice que mañana continuará…
¿Qué diferencia ha habido? Esta clara la respuesta, ¿cierto? Tiene pasión por su trabajo, tiene emoción por transmitir esos conocimientos pero sobretodo… ¡está motivado!
Yo lo estoy viviendo en mis propias carnes, me están formando para que en el futuro este motivada en las aulas de educación infantil pero me encuentro con profesores que no me transmiten nada, ni emoción, ni ganas ni nada, tampoco me hacen llegar esa ilusión por el aprendizaje, entonces ¿cómo narices voy yo a saber motivar a esos niños de tres años?
¿Cómo voy a hacer que mis futuros alumnos quieran volver al cole si mis formadores me enseñan teorías, didáctica pero no me enseñan a manejar mis emociones, a desarrollar mi inteligencia emocional?
Desde luego no tengo la respuesta pero lo que sí que sé es que no siempre estoy motivada, no siempre tengo ganas, pero cuando consigo estarlo… La cosa cambia, me comería el mundo si hiciera falta, me siento capaz de todo y más y esto es lo que quiero transmitir a mis niños: Hay que vivir con ganas, a tope, si te caes, levántate, sacúdete la ropa y sigue, no pasa nada, de todo se aprende y la vida sigue.
Acuérdate de que para transmitir algo tienes que tener ese algo tú primero, sino no sé de dónde lo vamos a sacar, a mi me ayudan los niños, su energía innata, su forma de ver la vida, su amor incondicional hacia los demás, ¿Y a ti, qué es lo que hace motivarte en la vida?
Hace unos días publicaba la siguiente nota gráfica en redes sociales:
Con “lo que pienso” me refiero a los pensamientos que surgen en mi mente de forma automática, no voluntaria, a modo burbujeante desde las profundidades de mi mente inconsciente.
Se trata del funcionamiento natural del cerebro, que al igual que el corazón bombea sangre, o los pulmones aire, el cerebro bombea pensamientos.
Pensamientos derivados de mis creencias o ideas más arraigadas en forma de “verdades absolutas” que yo mismo he ido consolidando de forma sutil y silenciosa, a menudo sin darme cuenta.
Identificarme con esos pensamientos quiere decir que considero que forman parte de mi identidad, que son de mi propiedad y, por tanto, debo considerarlos como una certeza.
Al considerarlos una certeza, doy paso a la activación emocional totalmente alineada y coherente con el tipo de pensamiento.
Si es del tipo “amenaza”, voy a activar el miedo o la ansiedad (dependiendo de si considero la amenaza presente o futura).
Si es del tipo “pérdida”, voy a activar la tristeza o la pena.
Si es del tipo “escasez”, voy a activar el deseo o el apego, dependiendo de la intensidad con que perciba la carencia.
Dependiendo de la frecuencia, intensidad y duración de estas emociones, voy a sufrir en mayor o menor medida.
En cualquier caso, me estoy auto encarcelando a través de mi mente condicionada, ego o personaje, que yo mismo he ido configurando a lo largo de mi vida.
La única manera de salir del tal-ego es tomando distancia, perspectiva, elevándome un poco para poder observar mi mente.
Esto es lo que nos permite, por ejemplo, la práctica de la atención plena, o mindfulness, junto al trabajo de introspección y autoconocimiento, con paciencia y perseverancia.
Se trata de entrenar la atención para poder ver mi ego, mis pensamientos automáticos, mi mente condicionada.
En el momento en que sea capaz de lograrlo, podré discernir si aquello me resulta útil o no, tomando una decisión de respuesta con mayor claridad mental.
En ese momento habré salido del tal-ego, siendo un poquito más libre.
Esta perspectiva de la inteligencia emocional es la que trabajo con mis compañeros del canal de Youtube “Conversaciones Emocionales”, donde publicamos un capítulo cada semana de forma totalmente gratuita.
Espero que en alguno de los vídeos publicados encuentres algo que te resuene en mayor medida y te sea útil.
—Hola Jim , soy Xavi. Es un placer poder compartir este rato contigo.
—El gusto es mío Xavi. Sé que has hecho un gran esfuerzo para estar aquí hoy. ¡Te felicito!
—Jim, te confieso que puse mucho empeño para no perder la oportunidad. El año pasado te vi por primera vez en un escenario, no sabía ni quién eras, y en 5 minutos me dejaste con la boca abierta.
—Cuéntame, me fascina escuchar historias… sobre todo si hablan bien de mí— y se sonrió con ese estilo tan suyo con el que era obvio que no le sorprendía, pero que a la vez te mostraba genuino agradecimiento por el cumplido.
—Fue en Río de Janeiro, mi primera vez en una conferencia sobre emprendimiento. Recuerdo que tu primera intervención fue inesperada porque el CEO de la empresa te llamó al escenario para saludar y tú, sabiendo que no era tu turno, supiste enloquecer a la audiencia con sólo dos palabras «Viva Brasíl» … y te bajaste del escenario.
—Sí, lo recuerdo. Fue fácil, la gente ya estaba muy emocionada, felices de estar ahí … y encima llevan la samba en la sangre— y volvió a sonreír con picardía. —No hacía falta decir más, además, ese no era mi momento para hablar, mi turno era al día siguiente.
—Me impresionó la facilidad con la que supiste aprovechar el momento para elevar el ánimo de la gente a la vez de dejarnos a todos con ganas de más. Sin duda yo fui uno de los que contaron los minutos hasta tu ponencia al siguiente día.
—Tiene truco Xavi. La gente ya venía con interés en escuchar.
—Eso me lleva a la pregunta que he querido hacerte todos estos meses y la principal razón por la que luché para estar aquí contigo hoy. Para captar la atención de mi audiencia yo siento la necesidad de recurrir a gesticular, entonar, alzar la voz, usar herramientas audiovisuales, casi que tengo que hacer saltos mortales para que no se me distraigan. Sin embargo, yo vi cómo tú, sentado en una silla con tu pequeño diario en la mano, fuiste capaz de mantenernos a todos en el filo de nuestros asientos durante dos horas, completamente enfocados, casi hipnotizados.— Jim me escuchaba y mantenía esa sonrisa propia del adulto que escucha al niño hacer preguntas sobre gatitos.
—¡Ajá! Y cuál es esa pregunta?— como si él ya supiera cual era.
—¿Dónde puedo aprender a ser influyente como tú? ¿Qué curso de oratoria puedo tomar? Dime donde debo ir y yo iré; me da igual si tengo que ir a otro país a hacer el curso.— Jim tomó un sorbo de su vino y respondió:
—Xavi, yo nunca he hecho un curso. He leído mucho, he trabajado mucho, me he asegurado de ser cada día mejor, he cultivado mis habilidades sociales, y eso, con los años, me ha llevado a ser un hombre próspero con un mensaje que puede ser de utilidad para los demás. Es sencillo: ALCANZA TU ÉXITO PERSONAL, SÉ LA MEJOR VERSIÓN DE TI MISMO, Y LA GENTE QUE QUIERA APRENDER CÓMO ELLOS PUEDEN LOGRARLO, TE QUERRÁN ESCUCHAR.
Ésta fue un conversación que sostuve con Jim Rohn en Caracas, Venezuela, en el año 98 y que me marcó de por vida. Me he pasado los siguientes 23 años procurando ser la mejor versión de mí mismo…. en todos los sentidos.
Con los años me di cuenta de que este fundamento era válido en todas las instancias de la vida. Siempre que he querido ser un agente de cambio y eventualmente lograr influir en mis hijos, mis amigos, mis socios, mis clientes, mis vecinos, lo primero en lo que me he enfocado ha sido en lograrlo primero para luego poder contarlo. El «ejemplo» sigue siendo el músculo detrás de la herramienta y de la teoría; no he conseguido nada más potente y convincente.
A lo largo de todos estos años tuve la fortuna de compartir con Jim docenas de veces, tanto en público como en privado, y siempre, siempre, vi a un Jim Rohn, mejor que la vez anterior. Hasta el final siempre fue fiel a su máxima de predicar con el ejemplo.
«Para que las cosas mejoren, tú tienes que mejorar» Jim Rohn, 1.930-2.009
¿Dirías que has vivido algún bloqueo emocional o sigues en él? ¿O quizá ni te lo has planteado?
En la actualidad, se va naturalizando algo más que antes, poder hablar sobre emociones o sentimientos, en especial en todo aquello relacionado con niños. Y cada vez más se oye esa importancia de la llamada inteligencia emocional, al menos la teoría, incluso en entornos laborales.
Pero cuando de verdad te haría falta hablar sobre heridas emocionales o traumas vividos que no se ven, pero están ahí; no se sabe todavía bien cuándo pedir ayuda o acudir a un profesional, ya que aunque tu familia y amigos estén a tu lado, no siempre son suficiente y el tiempo no siempre lo cura todo. A día de hoy, sigue siendo más fácil preguntar por el fisio de confianza que por tu psicólogo o coach de confianza.
A ti que me lees te pregunto, de verdad, ¿Cuánto te permites vivir tus emociones? ¿Cuánto guían tus decisiones sin ti?
Hubo un día, que me cansé de dormirme llorando cada noche, de perder energía, de vaciarme por dentro y no ser capaz de llenarme de nuevo. Decidí (supongo de forma inconsciente) dejar de sentir tan intenso para poder avanzar. Protegerme poniendo distancia a lo que pudiera sentir.
En particular, me afectó a la tristeza y un poco a la alegría. No se decir con certeza si hubo alguna otra emoción más en que me viera afectada. No es que no hubiera cosas que no me entristecieran o me alegraran, pero no las expresaba mucho, o lo hacía de modo más suave de lo que era normal en mí.
Tuve en un par de experiencias en el extranjero. Durante ese tiempo hubo compañeros que a veces me decían que me emocionaba poco sobre “hechos o situaciones en los que debería emocionarme o sentir más”. Es cierto que me costaba dar abrazos o mostrar cariño. Quizá esto en parte me ayudó a identificar o confirmar que me encontraba en un bloqueo emocional, puesto que una parte de mí estaba de acuerdo con ellos.
Tardé año y medio en sentir que esa losa que se había ido implantando en mí, desaparecía y me permitía de nuevo respirar profundo sin sentir la carga que ya no quería y con la alegría que sí quería.
Nunca fui a un psicólogo o a un coach, ni nadie de mi entorno me lo sugirió. Visto en perspectiva, es posible que me hubiera ayudado a profundizar más y a conocerme mejor siendo más consciente de mis emociones, creencias, pensamientos y/o patrones de conducta.
De una forma u otra tuve mi proceso personal y cada uno tendrá el suyo, necesité ese tiempo, esas experiencias y la convicción de que ya fuera bueno o malo quería seguir sintiéndome viva de nuevo, con todo lo que conlleva. Creo que ese bloqueo emocional, me ayudó a crecer, a aprender sobre mi y sobre cómo poder afrontar mejor otras situaciones en las que sin poner límites a lo que sienta no me haga tanto daño o pueda enfocarlas distinto.
¿Y tú? ¿Has vivido algún bloqueo emocional? Te leo en comentarios.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR:
Si creo que tengo algunas emociones bloqueadas, ¿en qué me afecta este bloqueo? ¿En qué me beneficia? ¿En qué me limita?
¿De qué me protege este bloqueo emocional?
Siguiendo el proceso que yo necesite, ¿Me ayudaría hablar con alguien o buscar ayuda profesional para gestionarlo mejor? ¿Qué voy a hacer entonces?
Siempre he oído que “Todo depende del cristal con que se mire”. Que “Es mejor ver la botella medio llena que medio vacía”, para encarar las vicisitudes de la vida.
Hay personas predispuestas a ver las cosas positivamente.
Existen otras que son así por el entorno en el que se han criado: Igual han tenido un familiar muy allegado que siempre ha visto el lado amable de las dificultades diarias con las que se ha enfrentado y eso claramente se contagia.
Vivimos actualmente en una época de retos y cambios. Es necesario sacar fuerzas de todo lo bueno y sano que tengamos a nuestro alrededor… “Renovarse o morir”. Oímos día a día. O “Hay que reinventarse”.
¿Cómo se puede pasar del “no puedo con esto” a “voy a intentar llevar esto lo mejor posible”?
¿Es posible cambiar la actitud en un mismo día? Más aún. ¿En diez minutos?
Sí. Es posible.
Y eso, en mi caso, ha sido gracias a la MEDITACIÓN.
Para mí, era una asignatura pendiente. Y ha tenido que llegar la pandemia para descubrirla.
Había leído libros y visto vídeos que me daban consejos, pero no lo conseguía.
Hasta que me di cuenta de que había algunas cosillas que considero que yo estaba realizando mal. Comparto con vosotros lo que me ha servido.
En primer lugar, si estoy cómoda no hace falta que me desplace de sitio ni cambie de posición para realizar meditación. Donde esté en ese momento, cuando vea que me haga falta, la puedo practicar.
Segundo: En todo momento, he de respetar mi propio ritmo de respiración. Tras respirar de esta manera durante unos minutos y sin pretenderlo, la respiración la hago más pausada. A mí, las respiraciones profundas al principio no me sirven.
Tercero: Necesito cerrar suavemente los ojos. Sin apretarlos. Claro está, siempre que no vaya encima de un vehículo como una bici, un patín o un coche…( Esto lo leí en un libro sobre relajación y aunque es evidente, cómo es gracioso, os lo pongo aquí )
Cuarto: Voy respirando a mi ritmo y poco a poco veo cómo se va relajando mi cuerpo, mi postura se va modificando, y me siento menos tensa.
Quinto: No estoy pendiente del reloj ni del móvil. Empecé mis prácticas unos días de vacaciones, para no tener prisa en acabar. Terminé la meditación cuando me sentí mejor. Y eso me motivó a repetirla los días posteriores cuando lo necesitaba.
Sexto: Respecto a la posición, empiezo con la que me apetece. Y me dedico a respirar a mi ritmo, siempre a mi ritmo. Las manos donde me apetezca ponerlas y en la posición que me pidan en ese momento. Igual con las piernas. Y poco a poco, sin casi darme cuenta, respirando a mi ritmo, voy modificando todo mi cuerpo a otra posición menos tensa. Igual un día acabo quitándome los zapatos y notando el suelo bajo mis pies.
Séptimo: En mi caso, puedo comenzar estando acostada, pero si no me relajo al cabo de poco, me siento. No hace falta que me levante para ir a un sillón. En el sofá o en la cama me puedo sentar. Eso sí, a mí me ayuda tener la espalda apoyada en un cojín o una almohada en vertical si tengo detrás el cabezal.
Octavo: Con las respiraciones, siempre a mi ritmo, poco a poco voy notando el sitio donde siento más tensión e imagino allá donde la noto, que pesa y que me voy hundiendo sobre mí misma: Hombros, caderas, piernas, incluso cara…y voy bajando y bajando…
Noveno: Y sigo respirando. En este momento ya no necesito coger tanto aire. Me basta coger un poco y soltarlo. Coger un poco y soltarlo. Y mi barbilla va cayendo de manera natural hasta donde me lo pida mi cuello. Es mi ritmo. Tal vez vosotros necesitéis otro.
Décimo: A continuación, de pronto y poco a poco, siento que entro en una dimensión nueva. Noto como una bola en el centro de mis pulmones ( Se lo oí decir a Irina de la Flor en un vídeo y es como lo siento ) que se va haciendo más y más grande. Otros me han dicho que su cuerpo es como si flotara. El ruido de mi mente va cesando, mis tensiones y preocupaciones han desaparecido y siento un confortable encuentro conmigo misma.
Nada es más importante que el aquí y el ahora. Y entonces, siento una gran serenidad. Y así permanezco, el rato que necesito. ( En total, desde el principio de la meditación estoy de cinco a veinticinco minutos. Unos días más, otros menos, y otros días nada porque no me hace falta.)
Cuando ya me siento mejor, intento salir de ese estado. Primero, permaneciendo en el mismo sitio, voy moviéndome poco a poco. Después, abro lentamente los ojos. Me levanto despacio, sin prisa. Y continúo con mis tareas diarias.
Noto que mi actitud ha cambiado por completo respecto al comienzo de la meditación. Me siento fuerte y centrada para afrontar los asuntos del día.
He comprobado que la realización de esta práctica, nunca me ha supuesto una pérdida de tiempo. Mi rendimiento y humor siempre ha mejorado, y puedo encarar el día mucho mejor.
M. Carmen Beneyto
Bibliografía:
Youtube: Vídeos y talleres de Irina de la Flor.
Vídeos de Meditación.
Libros: Mindfulness de Mark Williams y Danny Penman.
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